UNA SERIE DE EVENTOS (DES) AFORTUNADOS
- Pau Morandi
- 5 nov 2020
- 4 Min. de lectura
Colegio alemán: la idea de separar la basura estaba tan presente como el repudio al nazismo.
En primer año la profesora de historia del arte nos dijo que eligiéramos alguna obra conocida y la interviniéramos. Yo elegí al David, le puse ropa, anteojos y un barbijo porque “en el futuro, no nos íbamos a poder exponer al sol por el agujero de la capa de ozono”. (Si así de intensa y apocalíptica era a los 13 años, imaginen todo lo que sigue a continuación).
Mi profesora de alemán se da cuenta de mi obsesión por la falta y la contaminación del agua y me sugiere que hable de eso en un examen internacional. Me obsesiono con el uso del agua.
La mamá de mi mejor amiga se vuelve loca de amor cuando mi mamá le regala tomates cosechados de nuestra huerta que sí tienen sabor. Me obsesiono con el no sabor del tomate del supermercado.
Una señora en la calle tira un paquete de cigarrillos vacío al piso. Yo, adolescente y prepotente con uniforme de colegio privado, le pido que por favor lo tire en el tacho de basura. La señora me contesta violentamente y con bastante razón: qué buena la educación de tu colegio.
Algunas de las personas más inteligentes que conozco me dicen que las soluciones individuales no son suficientes para combatir el cambio climático, que deje de romper las pelotas con cerrar el grifo mientras nos lavamos los dientes.
Un novio me regala un libro: “Esto lo Cambia Todo” de Naomi Klein.
Me entero de que el problema de la deforestación y la quema de bosques no tiene tanto que ver con las hojas que imprime de más mi jefe en la oficina, si no con la producción de carnes. Dejo de comer carnes.
Estoy en Berlín, haciendo un curso, leo en Twitter que Holanda toca máximos históricos en su temperatura de verano y que aumentan las muertes por la ola de calor. Se lo muestro a mi compañero holandés, que está sentado al lado mío. Él lo comenta con la chica danesa que está del otro lado. Los tres nos quedamos paralizados unos segundos.
2020: salgo a la calle, y todas las personas que me rodean usan barbijo. No estoy en Bangladesh, estoy en Argentina.
Entonces… ¿qué tienen que ver el sabor del tomate, el barbijo por una pandemia, separar la basura, las olas de calor en Europa, cerrar la canilla cuando no estoy usando el agua, la deforestación, comer carne, Naomi Klein, el sistema capitalista y las políticas públicas? TODO. ABSOLUTAMENTE TODO.
Estamos en noviembre del 2020, el mes pasado en Argentina 13 provincias se vieron afectadas por incendios forestales causados intencionalmente. Si bien tenemos una Ley de Bosques, que en muchos casos protege estas áreas, no las protegen cuando ya no hay más bosque. Ahí mismo, es donde aparecen los negocios inmobiliarios y los monocultivos, como soja por ejemplo, para alimentar ganado. Mientras el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible denuncia esto (hace años..), el Ministerio de Desarrollo Productivo continúa analizando la posibilidad de firmar un acuerdo con China para producir carne de cerdo y exportarlos a dicho país. ¿Saben por qué? Porque China casi desata otra pandemia queriendo producir cerdos. Parece que no nos alcanzó con el planeta en cuarentena para entender que no podemos seguir consumiendo animales de la forma en la que lo estamos haciendo. Por otro lado, el Ministerio de Economía en un gobierno peronista decide bajar retenciones al agro, ya que nuestra economía pareciera depender enteramente de sus exportaciones. ¿Con qué cara después les exigimos que cuiden las tierras?
Parece un poco evidente que esto ya no está funcionando para casi nadie. No funciona para nuestra economía, no funciona para los pueblos que son desplazados por el agronegocio, ni para las personas que consumen el agua contaminada por el mismo, ni para quienes respiran el humo de los incendios, ni para los brigadistas que tienen que apagar el fuego, ni para les jóvenes activistas, ni para el gobierno que no puede hacer frente a los responsables de las catástrofes, ya que a su vez depende de ellos, ni a las demandas a los jóvenes, ni cumplir con sus acuerdos internacionales y, como si fuera poco, encima tiene que invertir recursos de todes en apagar los incendios, en atender a quienes ven afectada su salud. Es ridículo, no?
Me interesa dejar algo en claro: la solución tiene que ser estructural y sistémica. Por supuesto que hasta que China y EEUU, responsables de la emisión del 40% de dióxido de carbono, no cumplan con el Acuerdo de París, las emisiones de gases de efecto invernadero no van a revertirse sólo porque dejemos de comprar ropa en H&M. (He aquí la importancia de que Trump, negacionista del cambio climático abandone la presidencia). No obstante, tampoco podemos desentendernos del tema. Nosotres somos la sociedad de consumo y nosotres quienes tenemos el privilegio de poder elegir, tenemos la obligación de empezar a elegir mejor. ¿Es injusto? ¿Nos re cagaron? ¿Los países desarrollados lo hicieron contaminando todo el planeta y ahora nos exigen soluciones verdes en el medio de una crisis económica muy profunda con 40% de pobreza? Sí, todo eso. Creo que la lección más fuerte que nos deja haber estado encuarentenados varios meses a les millennials, quienes en muchos casos no conocemos la idea del sacrificio, es esa: la vida es injusta y llegó la hora de hacer nuestro pequeño sacrificio. Lamentablemente, ya no alcanza con reciclar los cuadernos de la facultad. Para esa, ya estamos tarde. Tenemos que frenar el consumo desenfrenado de pelotudeces. Lo digo yo, que soy una consumidora voraz de pelotudeces. Pero sobre todo, tenemos que hablar de la emergencia climática; tenemos que exigir a quienes tienen el poder políticas públicas que nos permitan pensar más allá del 2030; tenemos que hacer que paguen quienes están comprometiendo nuestro futuro. En ese sentido, creo que el movimiento feminista y disidente nos dejó algunas pistas interesantes sobre cómo poner temas en la agenda de gobierno.
Llegó la hora de empezar a actuar.
Me gustan las propuestas!