GRACIAS, DIEGO
- Santiago Ríos
- 28 nov 2020
- 2 Min. de lectura
Te juro Diego que cuando escucho a los traperos se me parte el alma. Pero se me parte en serio. Porque los escucho tan ajenos que me da un poco de miedo. Yo entiendo el asunto: vivimos mucho tiempo en la tierra divida. De un lado los mejores y del otro los peores. Yo entiendo también que el equipo rival puede jugar mejor. Eso también lo entiendo, y entiendo que está bien pararse y aplaudirlo. Que hacer eso no te hace menos hombre. Pero te juro que no entiendo cuando no hay amor colectivo por lo que se hace, Diego. Eso sí que no lo entiendo. Vos fuiste nuestro último gran héroe, y lo fuiste porque te bancaste las balas en el pecho. Porque esas balas rebotaron. No te entró una, Diego. O sí, te entraron, pero pudiste vivir con las balas incrustadas en el cuerpo. Hacerse cargo, Diego, quizás sea solo eso. Tengo miedo, Diego. Tengo terror de que esta generación beat al pedo que somos no quiera tomar partido y solo busque cuidarse, como si la enfermedad fuera algo evitable. Diego, fuiste el último romántico. Fuiste la épica de un país arrodillado. Y ahora tengo que escuchar a gente aplaudiendo a traperos que no entiendo lo que cantan. Qué fue lo que pasó, Diego, qué fue lo que pasó. Se va el Siglo XX, Diego, y te lo llevás al hombro en un año de mierda, como te llevaste todo por delante en sesenta años, sin pedir permiso, asumiendo el rol divino: el jefe de todos los asados. Este es un año que es historia, que inaugura el siglo de los villanos con celulares, de los cagones hablando por twitter, de la masificación hipersegmentada. Y cómo no te ibas a ir con el pueblo pisando la calle, Diego, ¿qué se pensaban estos, que tu muerte era algo rutinario, al pedo, sin efecto? No sos un algoritmo, Diego. Dios, eso, Diego, o lo más cerca de Dios para un pueblo triste. Les diste a nuestros ojos la imagen reveladora: no olvidar los cuerpos, pegados uno al lado del otro, transpirando, saltando, no olvidar el pueblo, Diego, por más imposible que sea todo, por más prohibido que sea todo, por más herramientas individuales tengamos para no juntarnos más, no olvidar que la llama del asunto está en sentir con el otro al lado. Yo eso lo aprendí de mi viejo, Diego, y cuando te moriste, o cuando me dijeron que te moriste, yo pensé en mi viejo, Diego, y en cómo le critico que no me haya enseñado a tocar la guitarra, o cómo le critico que no me haya hablado de Borges, pero Diego, ahí estás vos, con tu muerte, para decirme que no sea idiota. Salí a la calle, andá a la cancha bobo, hacete cargo de dónde estás y con quiénes vivís. Gracias, Diego.
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