UNA INVITACIÓN A LA REFLEXIÓN
- Santiago Barneda
- 20 sept 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 23 sept 2020
Tal como describía el sociólogo alemán, Ferdinand Tonnies, allá por el siglo XIX, la Comunidad (léase Gemeinshaft), es aquella que es auténtica; afectiva; verdadera y vivaz; de lazos sólidos; de miradas profundas. El mismo autor, en un ejercicio teórico comparativo, contrastaba con la incipiente sociedad (Gesellschaft) de marcha fugaz, líquida y difusa. La percepción del miedo por aquel entonces de estar viviendo un cambio de época con lo que ello acarrea era la principal inquietud del hijo de granjeros alemanes. A pesar de haber pasado más de 200 años de aquellas ideas que intentaban hacer mella en la normalidad académica de la época, las mismas nos permiten aproximarnos desde una perspectiva sugestiva a estos días particulares en los que nos encontramos.
Es notable la crisis generalizada alrededor del globo, tras meses con altos índices de muertes y contagiados en las grandes urbes mundiales, como Nueva York, San Pablo, Tokyo, Londres. Sin embargo, no estamos aquí para hacer numerología ni repetir estadísticas y datos de los cuales ya estamos agobiados. Parecería ser que uno no puede escaparse de ese aluvión de información constante que contribuye a un estado de paranoia de alta intensidad. Se cumple la profecía de Los Cafres (Barrilete), “tanta información desinforma”.
Es así que, mediante estas palabras, el objetivo es repensar esta época (parece que siempre hubo coronavirus) desde una mirada desde la comunidad. No les resulta llamativo las acciones de los gobiernos nacionales alrededor del mundo de cerrar sus fronteras y nunca mejor dicho: ¿sálvese quien pueda? Si pensáramos el mismo escenario a inicios de los ’90, podríamos tender a pensar que grandes uniones o tratados emergerían como escudo comunitario para hacer frente a las diversas complicaciones mancomunadamente. ¿Acaso el 1ro de noviembre, día de formalización de la Unión Europea en Maastricht, no pretendía ser la piedra filosofal de una región que pasaba a actuar como un gran conjunto de naciones integradas justamente para pelear codo a codo? ¿No es sino la ONU quien mediante su alianza y cooperación internacional podría superar obstáculos tan globales como el que aqueja al planeta hoy? Tras reflexionar analizando las políticas nacionales, todo indica a pensar que las mismas pecan de gestión, objetivos comunes y capacidad de reacción. En lugar de ser la salida al conflicto, desfallecen y brillan por su ausencia. Por el contratio resurgen los estados en su gran dimensión para navegar barcos al garete. Sus primeras medidas responden en la mayoría de los casos a un cierre cuasi total de sus fronteras y un manejo interno de la problemática, sin mirar ni atender o asistir a nuestros vecinos. Cuesta creer la oportunidad de oro que parecen estar desperdiciando las máximas autoridades en cada continente para dejar atrás posibles discrepancias, cuando al fin y al cabo de la vida humana se trata. Tras siglos y siglos, parecemos olvidar nuestra historia plagada de momentos como el que vivimos ahora, en los que en lugar de la unión se optó por la separación. Autores como Victor Hugo, nos dejaban en sus obras moralejas y enseñanzas que parece no supimos recoger, sobre las veleidades del humano y su falta de comprensión en el siglo XIX. Su pluma sigue estremeciendo a quienes tienen el goce de leerla y son un bálsamo de sentido en estos tiempos.
Creo indispensable en estos días detenerse a pensarse, pensarnos y pensar lo que nos rodea, teniendo en cuenta que contamos mágicamente en estos días con un tiempo insólito para llevar adelante tal empresa, intentando vislumbrar que nos deparará luego de resquebrajarse el suelo que pisamos cotidianamente. Mi apuesta personal y espero que sea compartida al menos por algunes, es la de construir de alguna forma u otra y valga el cliché: un mundo un poquitín mejor. Darnos cuenta del sentido que le damos a la vida, de lo que subyace a la misma, intentando quebrar con la lógica un tanto perversa del like o la reacción a una historia en Instagram. Al fin y al cabo, creo que podríamos coincidir en que lo que a uno lo llena de sentido es un beso, un abrazo, una sonrisa franca, una mueca sincera, el destello de los ojos, el crepitar del fuego, el manso sonido de las olas, el viento pegándonos en la nuca, el olor a café por las mañanas, el correr natural del agua, las sonatas de los pájaros, una mano que busca ayuda, el brotar de una flor, el aroma a lluvia, el compartir un rato en silencio, la alegría compartida, una carcajada infinita, cucharear un flan con dulce de leche o simplemente un aplauso. Temo que se hayan perdido estas simplezas grandiosas para dar paso a una sociedad que el surcoreano Byung Chul Han dio por llamar “sociedad del cansancio”, plagada de estrés, individualismo y falta de contemplación. En este sentido, adhiero a la posible salida para tal esquizofrenia como puede ser el detenerse a pensar una vez al día (Dario Z), practicar una vida un tanto más contemplativa, y a lo que podría añadir, volviendo al principio, un intento por volver a forjar lazos de comunidad como los que dibujaba Tonnies. Insisto en hacer uso del tiempo libre con el que contamos actualmente, en donde parece haberse impuesto la idea de que el “no hacer nada” es un atropello, cuando por el contrario es la posibilidad de crecer en el terreno pensativo y espiritual.
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