THE FLORIDA PROJECT
- Santiago Ríos
- 23 oct 2020
- 3 Min. de lectura
Si el cine es agarrar un fragmento importante de la vida de un personaje y ordenarla con sentido, podríamos decir que en The Florida Project pasa lo mismo con los días en los que una niña yankee va a dejar de ser lo que era: una nena traviesa, feliz e inocente. Pero vayamos un poquito más, agrandemos el combo.
Esta idea no es nueva en el cine. Se trata de un género titulado Coming of age, donde se cuentan historias sobre el crecimiento de una persona y el pasaje arduo de la inocencia al entendimiento. Dejar de ser niño, dejar de ser joven, dejar de ser adulto. Convivir con el dolor o, como dice Fabián Casas, convertir el dolor en aventura.
Y casi siempre, el cambio, el darse cuenta, ese suspender el gallito ciego para lo que queda de la vida, está guiado por un acontecimiento: esas cosas que nos pasan y que son mucho más interesantes que las cosas que tenemos ganas de hacer.
Carolina Sanín en su nuevo libro Somos luces abismales aclara la diferencia entre "lo que nos pasa" y "lo que hacemos"; la colombiana dice que la frase "no sabés lo que me pasó" causa un misterio diferente a cuando alguien dice "¿qué hago?".
En The Florida Project no importa tanto la historia sino la manera en que está narrada, y cuando escribo narrada quiero decir: decisiones estéticas y narrativas que tomó un director que no explica sino que muestra. Más concreto: vos, espectador de series, te vas a ir dando cuenta de lo que pasa en la historia de una forma sutil, parecido a como nos damos cuenta que un amigo, por ejemplo, la está pasando mal pero, claro, no lo dice; nunca lo va a decir fácilmente; en la vida y en este caso, en The Florida Project, lo no dicho - y por tanto no escuchado - es misterio, quilombo, conflicto.
Los recursos son asertivos: la cámara baja desde la perspectiva de una niña, que solo se rompe, que solo cambia de punto de vista cuando la niña deja de ser lo que era; el buen trato que tiene el director con sus personajes: no son malos ni buenos, son humanos; el gerente del Motel (Willem Defoe) es un hombre serio, pero no por ser serio, trabajador e hincha pelotas, es una persona desinteresada. Al contrario, es sensible, contradictoria y, por no hacer lo que esperamos que haga, se vuelve interesante.
El sonido es narrativo porque se divide como se dividen también el mundo de los adultos y de los niños. El sonido interior es el del Motel, los pasos de los nenes en el pasillo, el ruido de las puertas que se abren y cierran, los gritos y las risas de los chicos en las escaleras. La intimidad es una puerta que no cualquiera puede abrir. Lo que viene de afuera es ruido, es molestia y se parece al mundo adulto: helicópteros que sobrevuelan Disney, autos que pasan a toda velocidad. Los ruidos del exterior son incómodos y apurados como un adulto con traje de policía haciendo cumplir la ley.
Por lo que genera a partir de las imágenes, por las capas de sentido que provoca, The Florida Project está más cerca de una canción que de una película. Porque lo que deja en claro la historia, no es solo el carácter irreversible de las cosas que nos pasan, sino que, además, erosiona el mito del entendimiento humano que se reduce a lo dicho: ahí donde se entiende algo sobre el otro, hay mucho más gestos descifrados que palabras dichas.
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