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SÍSIFO

  • Joaquín Álvarez
  • 30 sept 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 6 oct 2020

Los motivos de la persistente degradación que padece nuestro país han sido abordados desde múltiples disciplinas que, desde sus respectivos marcos teóricos, han hecho foco en distintos aspectos de la realidad en búsqueda de un diagnóstico lo más certero posible que permita brindar una explicación a semejante irracionalidad. Mientras que los economistas echan culpa a la inflación, a la monetaria emisión, a todas, o a ninguna, los políticos intentan deslindar su responsabilidad de gestión en los fracasos de sus adversarios, a la vez que los especialistas en derecho recitan por los siglos de los siglos las falencias que presenta el diseño institucional argentino y las inevitables consecuencias que acarrea vivir en un país al margen de la ley.


Lejos de desmerecer estos análisis, que por cierto de vez en cuando logran dar en la tecla (o en alguna tecla), resulta interesante repensar nuestra gran tragedia argentina desde una óptica poco convencional como la filosófica-literaria. En mi incesante afán por hallar en la voz de algún sabio palabras de consuelo, que me permitan sobrellevar el tedio que genera ser azotado a diario por noticias abrumadoras, me topé, así sin más, con una obra intrascendente de uno de los más grandes escritores del siglo XX: “El mito de Sísifo”, de Albert Camus. En este ensayo, Camus teoriza sobre la filosofía del absurdo, la cual postula (en prieta síntesis) que nuestras vidas son insignificantes y no tienen más valor que el de lo que creamos.


En uno de sus pasajes, el escritor recurre, tal como anticipa el título de su obra, a la mitología griega, presentando la historia de Sísifo como metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre. Pues bien, ¿quién fue Sísifo? Narrado por Homero como el más astuto de los mortales al punto tal de haber burlado a los dioses en más de una oportunidad, fue aprisionado por Mercurio en los mismos infiernos y condenado a perder la vista y rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer hacia la llanura, debiendo repetir el ritual por el resto de la eternidad. Los dioses, menciona Camus, habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Pero lo verdaderamente trágico de este mito radica en que el protagonista es consciente de su periplo, en tanto su castigo perdería sentido si Sísifo ignorase que cada vez que llega a la cima de la montaña debe observar cómo su esfuerzo se desploma a sus pies en cuestión de segundos.


La República Argentina se encuentra, al igual que Sísifo, inmersa en una dinámica que la condena a repetir sus errores a través de los años sin más remedio que ser testigo del empeoramiento cotidiano de su calidad de vida. Sin embargo, a Camus le interesa un momento en particular de la travesía de nuestro héroe: el regreso al pie de la montaña. Ese instante en que Sísifo ve rodar cuesta abajo el producto de su labor, es superior a los dioses: es más fuerte que su roca. La consciencia acerca de su tormento puede ser interpretada como su principal suplicio, pero también puede ser concebida como la cabal representación de su libertad. Para Camus, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas y el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos sus ídolos.




 
 
 

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