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REÍRSE CON TINELLI

  • Santiago Ríos
  • 11 sept 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 23 sept 2020


Tinelli es, ante todo, un gestor que pudo montar el programa más exitoso de la televisión argentina, que pudo además fundar una productora, que pudo también llevar a San Lorenzo al mayor éxito de su historia. Tinelli y esto es una máxima del sentido común: sabe lo que hace. Construye un ethos del “pibe de barrio”, que tiene millones de amigos y, además, el ethos del “gestor”, cuya sabiduría empresarial se basa en la construcción de equipos.


Como sabemos, nada sirve si aplaudimos las máximas y, por eso, habría que revolver un poco la estatua. El Tinelli de la AFA, Tinelli de San Lorenzo, Marcelo en la previa de Showmatch, Tinelli con Guillermina o Tinelli soltero. Para la construcción de la imagen de Tinelli cabe ponerlo en su lugar; porque no da lo mismo el Tinelli que cortaba polleras, allá hace años, que el Marcelo de hoy: padre de familia, en pareja, que juega con los nenes y que, además, es presidente de la Superliga.


Lo cierto es que Tinelli no tiene fanáticos. Luciano Sáliche, periodista, escribe en Revista Paco:


“Porque los que adoran a Tinelli no son fanáticos sino, más bien, admiradores, le guardan un cariño por aquellos años populistas de Videomatch donde el humor básico y superficial divertía como un viaje en catamarán a fondo. Ese cariño, ese respeto, esa nostalgia aparece en forma de admiración, porque claro, todos quieren ser Tinelli, todos quieren tener unos cuantos millones, montar un show así, tener una novia preciosa, mantener una buena relación con sus ex esposas, tener facha, levante, buena reputación, tatuajes, fama, respeto, poder”.

¿Por qué la risa, imbécil?


Nunca pude desatar un nudo naútico, pero probemos hacerlo, mejor, con la risa que provoca Tinelli. Las previas humorísticas de Showmatch presentan tres momentos que se repiten: la presentación, la entrevista/ sketch y el cierre.


Tinelli mira a cámara mediante un plano cerrado. Le habla al espectador y le cuenta qué participante ingresará; pero no sólo eso, también comenta sobre el personaje, permitiendo anticipar la entrevista. En casi todos los casos, los temas tienen que ver con la vida privada; ese parece ser el tópico circular del programa.


La música se enciende (siempre es la misma, lo que genera una relación de codificación: música equis, entrada de los participantes). Y el elenco abre juego, es decir, los comentadores en off que funcionan, depende el momento, como reidores, comentadores o dialogadores de Tinelli.


Ingresan a la pista y la cámara, ahora abierta, muestra el estudio. El programa es auto-referencial. No hay escondite de nada, el artificio forma parte del espectáculo.


Ahora se construye una escenografía (Maingueneau, 2004), como una escena narrativa construida por el texto, y la pista se transforma en un teatro, un circo o una feria. Es ahora cuando empiezan a tomar relevancia los diferentes recursos humorísticos: el sarcasmo, la ironía, la risa, la gestualidad, los sonidos, el chiste, la parodia.


Muchas veces, la previa es aún más larga que el mismo baile. Además, la previa también está sujeta a juicio por parte del jurado, público predilecto del sketch que, con los planos enfocados, aplauden, ríen o desaprueban, con un rostro pacato, el show construido.


Lo que existe en este momento es un diálogo entre Tinelli y los participantes. Como dijimos, la charla deriva en temáticas cotidianas, privadas, donde el cuerpo de Tinelli, y aquí está lo importante, cobra importancia.


El cuerpo torpe de Tinelli es el punctum barthesiano de la risa; porque Tinelli está dentro y fuera de la pista: con sus gestos y la mirada a cámara, vistos desde el primer plano, se distancia de la charla y establece un puente con el espectador. En términos de Fraticelli, construye un enunciatario espectador que es cómplice de su “chiste” (en Tinelli, más que chiste, son burlas). Es el único que mira a cámara para buscar la complicidad del espectador y burlarse de un tercero (no necesariamente sólo el participante), sin embargo, esa mirada no pasa de manera inadvertida para el resto de los personajes.


En el diálogo se produce una espectación particular, porque, dice Fraticelli (2016):


“el enunciatario-espectador es testigo de un chiste que no va dirigido a él. Es decir, un chiste sobre el que debe conocer detalles de la vida de los actores para llegar a comprenderlo acabadamente. Se da una escena de espectación comparable a la que podemos tener cuando presenciamos un chiste en un grupo de amigos al que no pertenecemos.”

La burla hacia sí mismo. Tinelli y el espectador sienten lo mismo, porque ambos están en ese circo y padecen la idiotez. El le habla al espectador burlándose de lo que acontece ahí. Es paradójico. Tinelli comenta las respuestas de los participantes con el público. Ambos se alían para reírse de otro, que es el objeto de la burla.


Tinelli se ríe de sí mismo y de su programa. Pregunta a su elenco y a los productores: “¿Esto está chequeado?”, antes de someterse a un juego de circo. No lo puede creer y se ríe de eso, al igual que el espectador. Es aquí donde vemos la condición metadiscursiva de un programa que habla de él; en todo caso de la vidas privadas de los participantes o del mismo Tinelli que, haciéndose una burla cuando se viste del payaso mala onda, sentencia: “no da esto para la Superliga”.


Juan Villegas argumenta:

“Luego apareció Él. Creo que su mayor talento como conductor consiste en sostener una impresión de templanza en medio del caos y el ruido. Su herramienta es el micrófono en mano. Cuando él lo decide, sólo se escucha su voz o la voz que él quiere que se escuche. Por ejemplo, llamaba mucho la atención que en gran parte de la charla con Adrián Suar a este no se lo podía escuchar. Tinelli decidía cuándo le acercaba el micrófono y cuándo se lo escamoteaba. Ahora entiendo parte de su éxito. Tinelli maneja perfectamente los tiempos para que nunca deje de ser él el centro de todo, pero simulando que lo hace sin darse cuenta.”

Sí, Juan tenés toda la razón: Tinelli es el centro de todo. Los participantes no tienen micrófonos, el jurado tampoco, únicamente él y su elenco que comenta, dialoga y ríe a favor de él. Y como sabemos, la sonoridad en la televisión es importantísima.


Cada uno construye el Frankestein que puede. Hay una contradicción que provoca risas: la ridiculización de él y su programa, de su victimización por el padecimiento de lo que ha creado. Porque el asunto de Tinelli, que se hace risa y burla, es que construye un mundo que parece, en cierto punto, querer rechazarlo. Como señala Alabarces, la apuesta es por la pelotudez del público. Tinelli se ríe de lo que hace, se parodia a sí mismo, como un amigo jodón que se ríe de la fiesta kitsch de mierda que armó.


Después del ruido, llega el cierre de la previa y el momento del baile. La risa, el chiste y lo cómico dan paso a la seriedad del baile y la puntuación. La escenografía cambia nuevamente y Tinelli se corre, vuelve a ser el conductor de la presentación, a ser un micrófono andante.


 
 
 

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