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DOLOR Y GLORIA: EL CINE DEL YO

  • Santiago Ríos
  • 9 sept 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 23 sept 2020


Escribir algo ajeno es más difícil, decía Santi Llach a pesar de los retrucos de algunos alumnos que sentenciaban saber transmitir lo de uno a través de un otro.


Hace un par de años me crucé con un flaco que hoy es mi jefe. Lucio es como un oso adiestrado en civilización. En un viaje en moto, cuando nuestra relación era un poco más horizontal pero igual de desordenada que ahora, me habló sobre la pelea entre los dos mundos: la literatura del yo versus la tercera persona.


Lucio remarcaba que hablar de uno es regodearse sobre su vida ninguneando un afuera. Que la creatividad, decía, es poner nuestros problemas en los cuerpos de otros, saltarlos, darles formas y construir, después del hartazgo propio, un mundo que nos entretenga y cuestione. En fin, para Lucio la autobiografía en la ficción supone una megalomanía que aburre.


El otro día vi Dolor y Gloria, de Almodóvar. Es la historia de un cineasta que está deprimido hace muchos años y no puede escribir ni avanzar en nada. A través de una ponencia a la cual es invitado y a donde quiere asistir, se encuentra con su pasado y logra, después de casi dos horas de película, volver a rodar y encontrarse con el cine.


En realidad lo que vi en la pantalla fue la historia de Almodóvar. A diferencia de la literatura, el cine se puede dar el lujo de narrar sin poner el cuerpo. Porque la escritura es un acto físico e íntimo, es el contacto del papel con el lápiz que es, en verdad, los dedos en movimiento sudando imaginación. La autoficción aparece de otra manera en el cine, tiene una forma más escueta, colectiva y sumisa, no tan arrolladora como el yo de la literatura.


De toda la película, además del trabajo estupendo de Antonio Banderas y la dirección escénica, me llevó sin dudas dos frases que me conmovieron:


Frase 1 dice: “Escribir es dibujar pero con letras” y aparece cuando Salvador (Antonio Banderas) recuerda cómo de niño le enseñaba a escribir a un albañil que pintaba su casa. Resulta que no sólo lijaba las paredes desgastadas sino que también dibujaba con un talento asombroso. Al practicar la escritura, Salvador hace una analogía perfecta entre dibujar y escribir, porque argumenta que escribir es un poco dibujar algo en la cabeza del otro con un poco más de libertad, ya que las imágenes son íntimas aunque existan ciertas reglas o símbolos que ordenan los mensajes.


Frase 2: “Un buen actor no es el que llora sino el que contiene las lágrimas para no llorar” y en esta ocasión Salvador se lo dice a un actor que tiene el privilegio de interpretar “Adicción”, una obra teatral que relata la intimidad del español, una relación adictiva nada más ni nada menos que con el cine.


El cine me salvó la vida, dice Salvador.


El llanto, dice Almodóvar - y podríamos agregar: la escritura, el cine, el arte - no se crea al igual que un artefacto; las lágrimas salen y se desagotan por los ojos con una fuerza incontrolable.


 
 
 

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